David Murcia Guzmán, el Faraón de las Piramides Colombianas
Hace cinco años David Eduardo Helmut Murcia Guzmán apenas podía sobrevivir con su trabajo. Compartía con un amigo una habitación de un modesto hotel en La Hormiga, Putumayo. Pagaba los 15.000 pesos que le costaba cada noche con publicidad para el hotel a través de una emisora de la parroquia, y en varias oportunidades pasó el día con una bolsa de leche que compraba con las utilidades de la venta de productos naturales. Hoy, a sus 28 años, vive como un magnate en Panamá. Desde hace tres años es presidente de DMG, una empresa que bautizó con sus iniciales y que desde el año pasado se convirtió en una multinacional con operaciones en siete países.
Pero lo más significativo, y a la vez lo que despierta mayor preocupación de las autoridades en Colombia, es que con los rendimientos económicos que entrega a sus clientes -exorbitantes y aún no totalmente explicados- les está cambiando la vida al menos a dos millones de colombianos que, según sus representantes, han pasado por su negocio.
Murcia es lo que se podría llamar una versión moderna del 'rey Midas': con su esquema de negocios logra que a la gente se le multiplique el dinero. En un inicio su clientela era un sector popular de la población, pero cada vez son más las personas de estratos altos que participan de sus actividades. Desde 100.000 pesos y sin límite, el cliente llega a cualquiera de las sedes de DMG y compra una tarjeta prepago por ese valor. De inmediato puede gastarse ese dinero comprando desde cosas mínimas como un muñeco de felpa, ropa o mercado, hasta compras de mayor envergadura como la construcción de una casa, pasando por el pago de una cirugía estética o de diseño de sonrisa, o compras de tiquetes aéreos a cualquier parte del mundo. Luego, cuando ya hayan pasado cinco o seis meses, el cliente recibe en efectivo entre el 70 y el 150 por ciento del monto de la tarjeta que originalmente compró. Es decir, una persona que compra una tarjeta de un millón de pesos, al cabo de seis meses puede recibir hasta 2,5 millones, en artículos y en efectivo.
Está 'mágica' multiplicación del dinero ha tocado ese resquicio del alma de los colombianos en el que habita la ambición y el culto por el dinero fácil. Tanto, que se cuentan por decenas los casos de quienes han vendido sus propiedades y retiran sus ahorros de los bancos, para entregarle este dinero a DMG sobre la base de que no se sabe que le haya incumplido a nadie.
En el sur del país, donde surgió el negocio, muchas personas están dejando de trabajar. Por ejemplo en Mocoa, la capital de Putumayo, los finqueros se quejan de la dificultad para conseguir trabajadores, pues la gente consigue más plata con los beneficios de DMG sin mover un dedo, que trabajando de sol a sol para ganar un jornal.
La satisfacción de sus clientes ha despertado devoción por el personaje: muchos ven en David Murcia Guzmán una suerte de salvador. "Mientras el gobierno nos abandonó, él nos sostuvo y nos tendió la mano para que los pueblos no murieran", dice con convicción religiosa uno de sus clientes. No en vano hay quienes han hecho traducción libre de la sigla DMG y dicen "Dios Mío Gracias". Aunque otros más terrenales replican: "Dinero a Montón Gratis".
En medio de la crisis económica mundial, el asombroso crecimiento de DMG y la treintena de empresas que Murcia apalanca con este flujo de dinero, la gran pregunta que queda es: ¿se está frente a un hombre que les encontró una salida en la legalidad a montones de dinero de sospechosa procedencia mezclándolos con ahorros de incautos, o frente a un cerebro financiero que por la manera como logra multiplicar el dinero podría incluso ser el ministro de Hacienda que el país necesita en estos tiempos de incertidumbre económica?
El aventurero
Desde su adolescencia David Murcia fue andariego y emprendedor. De familia humilde, llegó a Bogotá los 14 años para terminar su bachillerato, los únicos estudios formales que tiene. Venía de Cúcuta, donde vivió cuatro años y a donde lo llevaron de su natal Ubaté, en Cundinamarca. En la capital el joven Murcia consiguió un primer trabajo como empacador en una fábrica de ponqués. Al año siguiente se vinculó a una agencia que hacía casting de extras para televisión y desde entonces le quedó una gran debilidad por el mundo de las cámaras y la farándula.
En 2001, cuando tenía 20 años, viajó a Santa Marta y con un antioqueño montó DMG Producciones Televisión, su primera empresa, dedicada a realizar videos turísticos. Murcia asegura que llegó a tener varias cámaras y equipos de edición, sin embargo, los vecinos de su negocio no lo recuerdan. Dos años después -movido por el amor, dice-, se trasladó al otro extremo del país, Pitalito, en Huila. Constituyó su segunda empresa: Red Solidaria DMG. Se dedicaba a vender boletas para rifas de carros y a hacer gestiones para que atendieran a los más pobres en los hospitales y las entidades públicas que daban subsidios. De allí salió en medio de comentarios por supuestas indelicadezas de su parte, según él mismo relata.
A finales de 2003, se fue para la Hormiga, en Putumayo. Tenía 22 años y llegó con una mano adelante y otra atrás. Se involucró en las actividades de la parroquia del Perpetuo Socorro. El padre Carlos Zárate recuerda el nivel de compromiso y entrega de Murcia en las labores sociales. Como una forma de compensar su dedicación, la parroquia le dio un programa en su emisora, espacio desde el cual promovía obras sociales, boletas de rifas y hacía publicidad que en muchas ocasiones canjeaba para subsistir, como sucedía con el hotel donde vivía.
En un viaje a Bogotá logró un crédito de un millón de pesos en productos naturales, con lo que sobrevivió una temporada. Al poco tiempo apareció por el pueblo con cantidad de electrodomésticos para la venta, pero ni siquiera sus más cercanos colaboradores saben cómo hizo para obtener ese primer capital. Murcia dice que se trataba del dinero de los encargos que le hacía la gente y que incluso de ahí le surgió la idea del modelo del comercio prepago con el que ahora sostiene su holding empresarial. Así consiguió para abrir un primer local al frente de la Casa de la Cultura, luego le siguieron locales similares en Orito, Puerto Asís y Mocoa. Todo esto sucedió en pocos meses, entre 2003 y 2004.
Ya con 25 años, 2005 fue un año decisivo para su futuro. En una entrevista a principios de año Murcia dijo a SEMANA que asistió a una conferencia de un ejecutivo de Coca Cola, en la que habló sobre el valor de esa marca, y que eso le trajo una revelación sobre cómo podía proyectar su negocio. Con un capital de 100 millones de pesos, fundó en Bogotá el Grupo DMG S. A. Sus amigos recuerdan que ya en ese momento, el otrora rebuscador empezaba a vivir con la pompa que hoy lo rodea. Esto por ejemplo se vio en su fiesta de matrimonio con Joanne Ivette León Bermúdez, tres años menor que él y principal socia en el negocio junto con María Amparo, la madre de Murcia.
Llegar a la capital se convirtió en la plataforma del despegue definitivo de su negocio. Murcia dice que lo único que hizo fue combinar modelos comerciales que ya utilizan varias empresas, como son el sistema de tarjetas prepago, el mercadeo personalizado y multinivel, y el posicionamiento de marca. Como la Coca Cola, todos ingredientes conocidos, pero con un secreto en la forma como se mezclan. Las autoridades indagan si además Murcia le incluyó a este modelo de negocio el uso de esquemas piramidales y captación de recursos, algo que él niega en forma enfática.
A partir de ese momento, y desde una modesta oficina en el barrio Galerías de Bogotá, DMG inició su expansión nacional. Curiosamente, como lo harían otros empresarios emprendedores, su mirada no se centró en capitales de importancia como Medellín, Cali o Bucaramanga. Por el contrario, radicó su negocio en lugares donde se mueve mucho dinero producto del narcotráfico. Además de los municipios de Putumayo ya mencionados, llevó su fórmula mágica a corregimientos como Llorente, en Cauca, y a puertos como Tumaco y Buenaventura. También expandió sus puntos de venta en la sabana de Bogotá, Boyacá y los Llanos Orientales. Abrió oficina en Puerto Boyacá, en Armenia, en Montería y en Montelíbano, Córdoba, y en Santa Marta. Apenas hace pocos días abrió oficina en la capital paisa.
De inmediato comenzó a aparecer otro tipo de negocios asociados con David Murcia y sus socios. Desde empresas de moda hasta otras que hacen barcos, pasando por un canal de televisión. Muchas de ellas fueron constituidas el mismo día.
El negocio de Murcia comenzó a tener forma de emporio en 2007 y 2008. Para esto fue clave el alquiler del Mega Outlet, unas gigantescas instalaciones sobre la autopista en la salida de Bogotá hacia el norte se ha convertido en la imagen visible de DMG. Lo imponente del edificio hace que muchos sientan confianza en el negocio. También en estos dos últimos años abrió sus operaciones en el exterior. Primero fue Panamá, luego Ecuador -con algunos puntos en lugares fronterizos como Lago Agrio-, luego en Venezuela. SEMANA no logró verificar otras actividades que Murcia dice tener en México, Perú y Brasil, e incluso por Internet aparecen referencias a una oficina en Belice.
Para entonces comenzaban a ser demasiado evidentes los contrastes en la vida de Murcia: aquel hombre que hace muy pocos años vivía de vender rifas, geles adelgazantes y vitaminas, si bien no había perdido la sencillez y el don de gentes, nada tenía que ver con la figura de potentado que se mueve en lujosos carros -uno de ellos comprado a un diplomático español- y en medio de una caravana de escoltas.
El crecimiento es asombroso. Sólo una de cerca de unas 30 empresas de David Murcia Guzmán, Grupo DMG S. A., registró el año pasado 72.000 millones de pesos de ingresos, lo que de un momento a otro la ubicó entre las más grandes del país por este rubro. Pero esos datos parece que son poco si se comparan con los que se esperan este año. Pero las cifras y la explicación de su fórmula para producir tal cantidad de beneficios tienen muchas sombras (ver recuadro 'La fórmula mágica').
Un millón de amigos
David Murcia asegura que lo que hay en su contra es una persecución promovida por la banca que no le permite abrir cuentas en ningún lado, según él, sin un solo argumento. Con gran habilidad, Murcia ha trasformado esta prohibición en una consigna: "Ustedes sólo conocen de los bancos cuando van y les quitan la casa o cuando les devuelven a sus hijos del colegio por un cheque devuelto", dice entusiasta una de las conferencistas que atiende a cientos de personas interesadas en ser parte de lo que ellos llaman la familia DMG, "en cambio, de nosotros sólo saben que cumplimos y les traemos bienestar".
Tener en la banca un enemigo común es algo que convoca a los miles de clientes de David Murcia, que en muchos casos parecen seguidores, para que cierren filas en torno al empresario. Algo que él sabe capitalizar muy bien. "Crean en ustedes mismos, en Dios, en DMG y en David Murcia Guzmán", dice uno de los mensajes publicados por Murcia en Facebook en su red de amigos, que en un par de meses ya tiene 64.000 contactos, lo que la ubica entre las 10 primeras con mayor número de afiliados en Colombia. En esta misma red, ya varios de los seguidores de Murcia han abierto convocatorias de respaldo para que él se lance al Congreso, e incluso a la Presidencia de la República.
Pero lo cierto es que las inquietudes sobre las actividades de Murcia tienen raíces más profundas que una persecución de clase o de resistencia a un innovador modelo de negocios. DMG ha estado bajo el escrutinio de las autoridades e incluso ha sido tema del Consejo de Ministros.
Las inquietudes no son menores. A DMG en el último año le han incautado cerca de 10.000 millones de pesos, buena parte de ellos en condiciones muy llamativas, como fue el decomiso de una gruesa suma de efectivo en Putumayo. Según el informe de la Fiscalía, el dinero lucía húmedo como si hubiera sido guardado por mucho tiempo. Además, era transportado en cajas marcadas con rótulos falsos del Plan Colombia. Por este hecho se inició un proceso de lavado de activos a quienes transportaban el dinero, y ya un juez decretó que no hubo ilícito.
También la venta de sus tarjetas prepago es una actividad considerada una forma ilegal de ejercer una actividad financiera, y ha estado asociada con empresas señaladas por el gobierno de Estados unidos de ser empresas lavadoras del narcotráfico (ver recuadro)
Mientras esto sucede, David Murcia continúa construyendo una suerte de imperio, no sólo comercial, sino también político, en el que la mayor marca es él mismo, y que ya cuenta con gran respaldo. En una oportunidad, cuando fue sancionado por la Superfinanciera, convocó más de 2.000 personas que marcharon hasta el Capitolio gritando "¡Dejen trabajar!".
En esa misma línea, a la hora de defender la empresa de los cuestionamientos que le hacen, sacan también a relucir argumentos que bien podrían ser capitalizados políticamente y según los cuales en el fondo los ataques contra David Murcia obedecen a una persecución de clase. "Si fuera un niño rico del norte de Bogotá el que hubiera montado este negocio, sería considerado un genio y nadie dudaría de él", dice uno de sus allegados.
El empresario no ha ocultado su vocación política. "Quiero erradicar el hambre de Colombia", dice Murcia, convencido de la efectividad de su modelo de negocio. Con las transformaciones sociales que ya está trayendo en algunas regiones, muchos le creen. Por ejemplo en Putumayo, incluso las mismas autoridades agradecen en privado que el crecimiento de esta empresa haya sido al mismo tiempo que se incrementó la erradicación y fumigación de cultivos ilícitos. "De no ser por DMG, tendríamos un grave conflicto con la población", dijo un alto oficial de la zona.
El asunto es que el problema social incontrolable se puede estar cocinando por otro lado. ¿Qué sucedería si más allá de la discusión jurídica sobre legalidad de las actividades de DMG, el dinero que la gente entrega en las tarjetas prepago no tiene suficiente respaldo? Curiosamente, desde cuando asumió la defensa de DMG, el abogado Abelardo de la Espriella viene insistiendo en que este es un negocio que depende de la confianza, y trae a colación la actual crisis del sistema financiero estadounidense. Como queriendo anticipar que cualquier escándalo podría echar a tierra el negocio. En ese caso, ¿David Murcia simplemente se lavaría las manos?
Pero la seguridad de los consumidores en un negocio como éste no sólo depende del cumplimiento de lo prometido, sino de la transparencia y la legalidad del mismo. Si esto es así, no hay campaña de desprestigio capas de afectarla.
David Murcia Guzmán no sólo está construyendo un emporio económico, sino una imagen de redentor alrededor de sí mismo. Mientras las autoridades se demoran en aclararle al país si este negocio es totalmente transparente, el fenómeno DMG está llegando a un punto de díficil retorno. Su entramado empresarial es cada vez más complejo de desmontar por las implicaciones que tendría en los recursos de millones de colombianos. Y porque el nombre de David Murcia se blinda día a día a punta de sus fieles devotos que se siguen multiplicando.
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